SANTIAGO HUITLAPALTEPEC

La furia de los siglos se condesa en tus pupilas,
aniquilando al tribunal de miedos
que se empeña en no olvidarte.
Te alzas como un puño entre la milpa,
batiendo grandes y falsas esperanzas
bajo un sol sangrante y hambriento.
Al parecer, el diablo sólo se sabe tu nombre
y lo veneras cegado de alcohol y crucifijos,
ilusionado por imágenes muertas
y campanadas compradas
destinadas a violar tu jornada
Aún así, prefieres ser tierra,
de esa que trabaja el hombre,
que ser sombra murmurada por alguien más.
Prefieres un día que se mantiene preso,
que un futuro abrazado por el viento.
Ya no sé si tu centella y tu caballo cayeron solos,
o tu mismo los dejaste caer hace tiempo.
Lo único que ahora se aferra en tu puño
es el aire entre tus dedos,
y mientras navegas sobre el libre albedrío
le das la espalda a todo lo que por existir te mereces.
Con la libertad que te da el soñar,
te sueñas una libertad que no acabe
en cadenas de hambre y frío.
Sabes que en el fondo, el mundo sí tiembla
al oír gritar tus cañones.
Con la libertad que te da el soñar,
te sueñas una libertad hecha de agave,
hecha en el monte y de la hierba.
Rodeado por tus mismos techos tristes
y anhelos siquiera soñados,
me marcho.
Me marcho lleno de miradas y voces,
pesados como redes en mi espalda,
pero ligeras y cotidianas en las manos de un niño.
Llevo las manos vacías de palabras,
vacías de reencuentros,
vacías de magia,
pero llenas de ti.

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