PEQUEÑO Y SOLO


I

Su historia inicia sorpresivamente,
(como cualquier otra)
moldeada por el inexorablemente
y quimérico llanto de su futuro.
Se retuerce entre extraños
mientras la mañana le da la bienvenida,
con brazos tan abiertos
como el infinito,
con brazos tan brillantes
como lo incuestionable.
Ella lo abraza
y ella lo besa
y ella lo mira.
Y con la mirada
lo sostiene entre el silencio
que solamente una espera que termina
puede formar,
y con un beso
lo predice entre las formas
más perdidas del sueño vivido,
y con un abrazo
se despide.
Ella no volverá a verlo.

El presente, siempre se nos matiza
(en el mejor de los casos)
con el pasado de alguien más… ese no será su caso...

II

Las horas,
cuando quedan muchas horas por haber,
se hacen interminables.
Así se sentía él
mientras dormía sus cansancios
aprisionado en los cristales cálidos de su primer cobijo.
Forzado de rostros nuevos y sonidos inexplicables,
de movimientos gélidos y hambre,
comprende lo inútil de su llanto.
Sin testigos se descubre,
se fastidia
y se sonríe.
Sin esperanza ya,
se atestigua.
¿Quién podría arrojarle una caricia
que no se traduzca en rutina?
¿Quién podría nombrarlo emocionado?
¿Quién podría quererlo ahora
que el otoño se está alejando?
¿Quién podría, ahora que unas manos de sombra,
se lo están llevando?
¿Quién?

III

Llega al lugar que, sin saber,
será su sinfonía inconclusa,
su inescrutable esperanza.
El lugar es frío, por así decirlo.
Porque más bien es hostil,
insensible…
indiferente.
Pero ¿para qué darle algo al que no tiene nada?
¿Para qué?
Esa será su estrella
por haber nacido solo
y sólo le queda crecer
y hacerse más solo,
pequeño y solo como sonrisa falsa.

IV

Recitándose 9 años,
aprendió que la noche es una helada serpiente
y que los errores son perfectos.
Aprendió a llorar riendo
y a palidecer ante un cielo vacío.

Como el sueño sonoro de los ciegos,
la soledad le pesa en sus sábanas de muerto,
en la impotencia de las lámparas apagadas
y en el galopar desesperado
--fatalmente eterno--
del segundero.

Ese segundero que harto de su trabajo,
se dedicó a marcar horas
y después meses
y después años

Nueve, doce, dieciséis…
es lo mismo.
Sus ojos de neblina
siempre miran a otro lado,
siempre miran hacia el rincón de las palabras
y de palomas sin mensaje,
de anhelos exhaustos que ignoran su propósito,
de puertas abiertas que nunca nadie cruza,
y de miedos maravillosos que nadie toma en cuenta.

Su vida a sido neutra,
como lo neutro y aplastante,
como páginas en blanco, expectante.
Su vida está tejida entre lo más estático del movimiento.
Esta hecha de todas aquellas cosas
inútiles y tristes.
Que por ser inútiles y tristes
son bellas y luminosas.

V (respiro)

¿Por qué hemos de seguir atestiguando
el opaco destino de un niño abandonado?
Los pulsos de mi pluma se detienen
y reconsideran.
¿Será que ni eso se merece?

VI

Después de cualquier adagio,
viene el allegro,
pero habrá que recordar que está sinfonía está inconclusa
y para él,
su momento de enfrentarse a la libertad era hoy.
Se sienta en una banqueta mientras llueve en la calle,
parecería que la lluvia mojara todo excepto a él…
se sonríe.

Se detiene a comprar un cigarrillo,
pero el no ha fumado jamás.
El nuevo amargo de tabaco
le recuerda que esta solo.
“A quién vas a engañar, ni siquiera sabes fumar”
Ya son las diez y en la calle ya no llueve.
¿Será que la noche es suficiente pretexto para morir?
Pensando en esto se arropa con un diario
y se rinde ante el sueño.

VII

Ese año
la tristeza había caído desde el cielo
de un febrero particularmente titubeante,
tomando posesión de los desvelos
de los habitantes del tímido conjuntito de casas
hechas de cartón y pobreza.
Casas encimadas
que se pudrían desde siempre
en el costado sur de la colonia Doctores.
Y en una de esas casas: él.
Saboreando una tristeza de batallas derrotadas,
un cielo de insectos gris oscuro,
simplemente.

Tan natural como una temporada de lluvias,
la estruendosa retórica del vacío
lo obligó a buscarse “la alegría”.
Alegría en la inconciencia,
alegría barata,
alegría en estopa,
alegría en sangre.
Tan poblado de ausencias,
miraba a sus otros tristes.
Tristes disfrazados de “amigos”
y sabemos bien que entre “amigos”,
es difícil objetivar el acuerdo gregario de los tristes.

VIII

Sus diaforéticos veintitantos
le acarrearon el sortilegio de la conciencia,
Vio que la soledad,
su soledad,
tenía varios nombres.
Casi todos igual de hostiles,
indiferentes
e insensibles
Pero la soledad
también se le presentó con un nombre cálido,
desconocido
y satisfactorio.
Pronto no dejó de pensar en eso.

Las ganas de morirse sin lástimas
ni velas,
arañaron los muros en una espiral de suspiros descendentes.
Caprichoso enjambre de realidades
en el que las hadas eligen sus formas cotidianas
y brumosas.

La Bendita creatividad mexicana,
ese mágico substitutismo de los pobres,
lo llevó a la estación y también lo llevó a las vías
y también lo llevó a saltar.
Cediendo, así, su sitio a la magia.

IX

Solamente el sabe
si ahora hay alguien que lo abrace,
lo bese
y lo mire.
Y que con la mirada
lo sostenga entre el silencio
y que con un beso
lo prediga entre las formas
más derrochadas del sueño perdido,
y que con un abrazo lo reciba.
Nadie volverá a verlo.

X (ultimo respiro)

¿Por qué hemos de seguir atestiguando
el opaco final de un niño abandonado?
Los pulsos de mi pluma se detienen y reconsideran.
¿Será que ni eso se merece?

El presente, siempre se nos matiza
(en el mejor de los casos)
con el pasado de alguien más, y ese será nuestro caso...

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