WOODY ALLEN Y PSICOANÁLISIS



Woody Allen es, junto con Alfred Hitchcock, el director que más ha difundido el psicoanálisis en el cine. Pero no podría decirse que le hace un favor a la técnica freudiana. En sus películas, psicoanalistas y psicoanalizados son víctimas de la ironía del cineasta, que parece vengarse así del tiránico diván

--Hace dos semanas, creíste que tenías un melanoma maligno.
--Claro, yo... ¡Tú ya sabes!... Me salió de repente una mancha negra en la espalda.
--¡Fue en la camisa!
--Yo... ¿Cómo iba a saberlo? Todos decían que tenía una mancha en la espalda.

Este diálogo extraído de Sueños de un seductor delata con facilidad a Woody Allen, una de las personalidades de la cultura norteamericana más interesantes de los últimos treinta años y heredero del humor de los Marx, tal como reconoció el propio Groucho.

Cómico primero, escritor y cineasta después, amante del jazz, el béisbol y el baloncesto, Woody ha creado un personaje fácilmente reconocible y que ha traspasado las fronteras de su Estados Unidos natal, a pesar de insistir él mismo en que sus temas son muy norteamericanos. Esta resonancia mundial se debe a que ha abordado esos temas, y otros más universales, con un humor y una originalidad únicos. La muerte, el amor, la religión, la ciudad... Pero la lista estaría incompleta si nos olvidáramos de la salud. Los médicos aparecen en las películas de Allen fundamentalmente por tres razones. En primer lugar, son víctimas de un hipocondríaco, generalmente temeroso de tener un cáncer o cualquier otra enfermedad terminal ("En el cine soy hipocondríaco; en la vida, alarmista. Les explico la diferencia: el primero imagina que está enfermo cuando no tiene nada; el segundo cae enfermo e imagina. Una vez al año suelo coger un catarro e inmediatamente pienso que tengo un cáncer de garganta"). La segunda razón de la aparición de un médico en esas películas es puramente funcional: se trata de un personaje más dentro del medio socialmente alto en el que transcurre habitualmente la trama de sus películas. En tercer lugar, aparece como psicoterapeuta de un ser pequeño, con anteojos, despeinado y neurótico. El psicoanálisis y los psicoanalistas han contribuido a perfilar la singularidad del cine de Allen, además de haber motivado diferentes cuestiones que merecen considerarse.

Las películas de Allen han hecho aún más popular la técnica de la psicoterapia, que revolucionó la psicología --para algunos hasta la filosofía-- de la primera mitad del siglo XX. La extensión de la psicología práctica a la vida cotidiana se produjo en las siguientes décadas y coincidió con la popularización del cine. El psicoanálisis ha sido probablemente la escuela de psicología más tratada por éste, pues posee varios elementos que le confieren un carácter muy cinematográfico. Por una parte, el misterio: el psicoanálisis trata de encontrar en el pasado y en lo no conocido de la mente la respuesta a los problemas del presente. Por otra, la estética de la propia terapia, con sus sueños, el diván, la libre asociación... conforman una rica imaginería, casi una mística. Muchos cineastas han abordado la temática o los problemas del psicoanálisis, algunos tomando la infancia como referencia de una personalidad futura --Fellini en Amarcord o Truffaut en Los cuatrocientos golpes--, otros a través del surrealismo, como manifestación artística del inconsciente --Buñuel en Un perro andaluz o Bergman en El séptimo sello--. Sin el radicalismo formal de los autores nombrados, se ha realizado un considerable número de películas en las que el psicoanálisis era la pieza angular del guión (El príncipe de las mareas...) Pero, sin duda, fueron dos los autores cinematográficos que más contribuyeron a difundir y a hacernos cercana la terapia psicoanalítica: sir Alfred Hitchcock y Woody Allen.

El maestro del suspenso utilizó la riqueza visual y el misterio que encierran los sueños para introducirnos en el interior de sus personajes. Comportamientos patológicos de los protagonistas se explicaban por su pasado o por secretos escondidos en lo más recóndito del inconsciente. Es inolvidable la cleptómana protagonista de Marnie, con arraigados miedos y obsesiones que derivaban de la relación con sus padres, o la terapia que se desarrolla en Cuéntame tu vida, ilustrada con unos magníficos sueños dibujados por Dalí. Allen tomó el relevo del director británico, y con su propio estilo, la comedia sobre todo, pero también el drama, inundó sus películas de elementos psiconalíticos. Ya sea echado de espaldas al terapeuta, en una conversación en la que hace referencia al método desarrollado por el también judío Freud, o indirectamente por medio de una especial simbología, el psicoanálisis está presente en la mayoría de sus obras. En sus comienzos, Allen lo incorporaba sin crítica alguna, pero más adelante lo cuestionó cínicamente. Los aspectos del psicoanálisis y, por ende, del inconsciente que trata en sus películas, se repiten: la sexualidad en cualquiera de sus variantes, aunque especialmente en las relaciones de pareja, la masturbación o la impotencia, los padres, en su caso, como causantes de una estricta educación judía, la diferencia entre realidad e imaginación, el miedo a la muerte, el miedo reprimido... Ya en su primer guión, ¿Qué pasa Pussycat?, el protagonista es un psiquiatra, obseso sexual y con problemas matrimoniales. En La otra mujer, una profesora en crisis alquila una casa desde donde escucha las sesiones del vecino psiquiatra. Edipo reprimido, el capítulo de una película que realizó con Scorsese y Coppola, cuenta la historia de un abogado judío acomplejado por su obsesiva madre y que ve cumplido su sueño de verla volar por el cielo de Manhattan gracias a un mago. Alice desata su interior reprimido, pasado y presente, con la ayuda de las hierbas del doctor Yang. La relación paciente-terapeuta tampoco le ha pasado desapercibida a Woody. El transformista Zelig se enamora de la doctora Fletcher. Harry, en Los enredos de Harry, tiene una relación con una paciente de su mujer-psiquiatra. La lista podría contener todas sus películas si incluimos las veces en que introduce el absurdo o el surrealismo, como en La rosa púrpura del Cairo, donde el protagonista de una película sale de la pantalla, o cuando se dirige al público en Annie Hall.
La pregunta, formulada en innumerables ocasiones, es si la personalidad neurótica que ha trazado Allen en el cine concuerda con la del Allen real, el nacido en Brooklyn hace más de 70 años con el nombre de Allen Stewart Konisberg. Según cuenta su ex esposa Mia Farrow, lleva muchísimos años en tratamiento con un psicoanalista que influye en él como nadie --el mismo Woody bromea acerca de eso: "Hace 15 años que voy al psicoanalista. Le concederé un año más y luego me iré a Lourdes"--. También sabemos que en sus películas ha narrado distintos sucesos de su vida privada: su infancia en Días de radio o Robó, huyó y lo pescaron, las relaciones de pareja en la polémica Maridos y esposas, entre otras, donde se enamora de una mujer mucho más joven que él, tal como le ocurrió con la hija adoptiva de su entonces esposa...

Pero, además de ciertos hechos constatables, ¿hay relación entre su personalidad y sus guiones cinematográficos? La respuesta parece evidente: sí. A un autor no se lo puede separar de su obra; con ella transmite sus miedos, ideas, obsesiones... y desde luego Allen es un auténtico autor. Pero tampoco podemos pensar que es un calco de sus películas. Muchos actores o colaboradores que han trabajado con él lo definen como distante, serio, introvertido, muy distinto de lo que parece en el cine. ¿Ha creado una caricatura de sí mismo o simplemente está exagerando un personaje porque le resulta cómico? Las dos posibilidades parecen razonables y de su mezcla nace probablemente el espíritu de sus obras. Sus citas semanales con el psicoanalista no han sido suficientes para sanear su complicado mundo, pero ha aprovechado la plasticidad visual y dramática del cine para dar rienda suelta a sus obsesiones, de manera que, en cierta forma, podríamos decir que hemos sido testigos de 25 sesiones de su psicoanálisis. Por útimo, se diría que las películas le han servido para descargar su sentido dramático de la vida --"Yo siempre busco reflejar el sufrimiento humano en mis comedias", ha afirmado Woody Allen--, todo aderezado con una enorme calidad en el guión y en la dirección.
En el cine de Woody Allen no hay una respuesta definitiva a los interrogantes que se hace película tras película. Sí se observa una evolución, tanto en la faceta personal como en la artística, pero ninguna película cierra el ciclo de incertidumbres abierto hace tres décadas. Tal vez encontremos la respuesta en sus propias palabras, emitidas en un vídeo proyectado al presentarse su película Los Enredos de Harry, en Venecia. "La neurosis en Manhattan es la misma que en cualquier otra parte del mundo. No surge por problemas sociales, ni tampoco freudianos, aunque parezca una paradoja que yo diga esto. Tengo mi propia teoría: creo que hasta que la gente no encuentre la plenitud en sus vidas, y no sepa darles sentido, ninguna teoría del psicoanálisis, ninguna revolución social ni ningún gobierno podrá dar una respuesta a sus necesidades e interrogantes".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente!!