ABURRIDO


¡Cómo hay días que son lentos! Donde nada pareciera suceder. Me encantaría ser de esos que encuentran fascinante buscar rimas para un poema, ser uno de esos que saben tocar el piano o de esos que aprecian la podredumbre del aburrimiento. Tal vez si súbitamente me transformara en una colilla de cigarro y en la calle quedara a merced del viento que provocan los autos, o me convirtiera en un lápiz y me mantuviera a la expectante emoción que causa las posibilidad de escribir algo sobre un rengloncito azul de mi cuaderno. ¡Cómo hay días que no son más que un cúmulo debilitado de segundos¡ ¿Por qué no me hipnotizan los descoordinados acordes del organillero o aprecio la simpleza de un aguacero en el rostro? Las líneas del silencio son heladas, sobretodo cuando es un silencio compuesto de millones de sonidos, son solamente ruidos que no me confortan. ¡Qué demonios hago sonriéndole al vecino! ¿Por qué se posó esa estúpida sonrisa en el centro de mi rostro? Tengo náuseas y tengo muy poco que decir. Hace tanto frío y tan poco tiempo, que miro expectante el segundero, como quien apuesta en una carrera de ratas y se emociona al perder. No me importarían un par de terremotos o un huracán, pero nada ¡Maldito clima, malditas placas tectónicas! Nada es capaz de quitarle lo enajenado y perplejo al inconsciente colectivo. Marchan sin rumbo. Un nocivo marabunta de hormigas bípedas siguiendo el rastro de su ácido fórnico. ¡Cómo hay días torpes, inútiles! Añoro lo solazado del ayer y lo elegante del mañana, pero hoy, mi hoy, este hoy es pobre. Deseo con ansias verlo agonizar a las once cincuenta y nueve de la noche, verlo caer y quemarse como una Juana de Arco. Eso me mantiene despierto, dormir no es una opción, dormir es no mirar las cosas de frente, es refugiarse en símbolos. Yo prefiero mantenerme sangrando de frío y lluvia. ¡Cómo hay días que son lentos!

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