BLUES

La oscuridad primero,
después siluetas,
ruido de vasos y bocanadas;
elementos benditos;
caldo primigenio de un sonido.
Una llamarada de luz verde nos estalla en la sonrisa
al tiempo que se nos abre el cielo en Sol mayor.
Y sé que me existen los siglos de una raza en la piel,
una raza ajena pero mía,
mía pero antigua,
antigua pero al instante.
De un espacio donde el canto era el arma y el sustento,
donde el ritmo era la herramienta y el motivo.
Perfección de segundos acumulados,
suspiro de instrumentos
e improvisación de gestos.
Y solo en ese momento,
el dolor es llamado por su verdadero nombre
y los hombros,
las caderas
y las lágrimas
toman sentido, todo el sentido del mundo.

Se que vas a quemarme en el último grito
mientras me cambio el nombre por uno más sencillo,
más simple,
ajeno pero mío,
mío pero antiguo,
antiguo pero al instante,
un nombre que cabe en doce barras y en rimas simples.
Se que vas a dormir con cualquiera
pero en mi piensas,
lo sé,
lo reconozco en tu llanto solitario.
Me miras de frente y me escupes la verdad con un redoble,
un respiro
o un encuentro.
Es curioso el “todo o nada” en el que naces,
eterno subterfugio de silencios,
donde el caos se armoniza
sin perder su agonía
o su cálido estado de albedrío.

Tu nombre de color, tus pesadillas,
tus sueños alcanzados y olvidados,
tu piel de invisibles tegumentos,
tus viajes sin irse a ningún lado.
Tu estrella fugaz, tu purgatorio,
tu mirada agridulce y taciturna,
tu paso firme y decisivo,
tu cabello de hilillos enredados.
Tu boca, tus manos, tus desplantes,
tus aires de grandezas humilladas,
tu hermosa nevada en primavera,
tus garras, tu flor y tu escopeta.

Hiérveme la sangre de repente
y sírvete mi corazón a cucharadas,
nada queda ya en este encuentro precedido por un cambio de cadencia.
Explotan los aplausos y yo callo,
mirando de reojo en la botella,
sabiendo que vives cuando escucho,
sabiendo escucho porque existes.

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