PSICOANALISIS PROFANO


En 1926, Freud escribe un texto llamado: “¿Pueden los legos ejercer el análisis?” Legos es una palabra de origen latino que proviene del griego y quiere decir popular. En español según la Real Academia Española, su acepción primera es: que no tiene órdenes clericales. Es mejor utilizar la palabra lego que profano, ya que queda asociada involuntariamente a una serie de caracteres y actos reprobables, tales como “profanador”, “profanación”, etc. El mismo Freud al explicarle a ese “juez imparcial” el descubrimiento psicoanalítico de la sexualidad infantil, destaca que “hombres agudos”, en tono subido, la tildaron de “profanación de la niñez”. Por lo que, por respeto al autor y sin desfilar por el argumento, distanciaremos el termino lego de profano.
El texto toma la forma de un diálogo con un jurista sobre la cuestión planteada en la época, acerca de si debía permitirse a los no médicos el ejercicio del psicoanálisis. Es el único escrito de Freud con esas características. El intercambio dialógico y el interlocutor simulado viaja por un mar en calma, matizados en momentos por uno que otro remolino. El mismo relato va modificando sus estrategias. Simula defensas figurativas, ataques profesionales, cuidados territoriales, enfados amistosos, antipatías regionales o necesidad de ofrecer un dictamen coyuntural a la manera de una pregunta variable, ¿pueden?, ¿es posible? O mejor: ¿no será una brutal injusticia con el psicoanálisis que los legos no puedan ejercerlo?
Si hasta ese momento, se pregunta Freud, los médicos han sido los que más han combatido el psicoanálisis, deberíamos sentirnos contentos que ahora quieran monopolizarlo. Más bien sospecha Freud, hay allí una nueva forma de la antigua hostilidad. La psicología producida hasta ese momento a partir de la fenomenología y el estudio del desarrollo de los sentidos, pertenece al mismo territorio. Sin embargo nada es como se muestra. La “psicología abisal” que edificó el psicoanálisis no permite que la unidad coloquial anule las diferencias constitutivas. Eso evita que el diálogo se convierta en una “apología”. Se parte del principio de “Nada que Defender”, “Nadie a Quien Convencer”. Sólo una exposición, donde un pensamiento se despliega, aún a los propios riesgos de sus certezas.
La especificidad del psicoanálisis como práctica no se halla en relación a ninguna formación académica. Si bien, la formación académica de diferentes profesiones puede enriquecerse a partir de una cátedra de psicoanálisis, no es posible pensar la formación psicoanalítica en relación a una formación académica.
El psicoanálisis se distingue no por la materialidad con la que trabaja sino por su práctica.
“Cuando damos…una clase teórica de psicoanálisis, observamos la poca impresión que en ellos (alumnos) hacen nuestras palabras….Escuchan las teorías…con frialdad…Por esta razón, exigimos que todo aquel que desea practicar el análisis se someta antes él mismo a un análisis…con las que adquiere convicciones que han de guiarle luego en su práctica analítica”.
El tratamiento psicoanalítico es una conversación. El analista hace venir al paciente a determinada hora del día, lo hace hablar, lo escucha, luego habla él y se hace escuchar. Freud aclara aquí que no se trata de un ensalmo, de algo del orden de lo mágico, de lo inmediato, sino que es un trabajo que el paciente ha de realizar. Los efectos que el psicoanálisis puede producir están en relación a la magnitud de trabajo del analizante, y aquí el que debe ser paciente es el analista y acompañar en ese viaje.
Podemos sostener que ese encuentro es del orden de la cura. No se halla en relación a una psicopatología, sino que se ocupa de algo que atañe al propio ser del sujeto, en relación a la verdad. Y es esta producción la que cura. Confundir este trabajo con una práctica médica es un reduccionismo que nos extravía en cuanto al sentido de la práctica psicoanalítica como tal.
El dispositivo analítico se encuentra atravesado por un concepto que le es propio, generado exclusivamente por esta disciplina y es el concepto de transferencia. Este concepto es el que da cuenta de aquello que misteriosamente se juega en la hipnosis. La transferencia es lo propio del funcionamiento psíquico inconsciente, la compulsión de repetición. Freud desarrolla un instrumento específico para hacer un trabajo con esa energía en relación a la cura, ya que en esta energía jugada en la transferencia hay algo creador, la posibilidad de generar algo nuevo.
“La única solución posible de la transferencia es la regresión al pasado del enfermo, tal y como éste lo vivió o en la forma en que lo haya conformado la actividad cumplidora de deseos de su fantasía.”
El método psicoanalítico es un método de interpretación de lo inconsciente, siendo los síntomas, los sueños, los actos fallidos, los olvidos, y los chistes las formaciones del Inconsciente, realizaciones deformadas de un deseo inconsciente sexual infantil reprimido. El sujeto que se dispone a iniciar un tratamiento psicoanalítico tendrá que estar dispuesto a abandonar una posición de padeciente por una posición deseante. El psicoanálisis sostiene que su deseo está comprometido en aquello de lo que padece. Esas formaciones del inconsciente se construyen para hacerse escuchar, para ser escuchadas por un Otro. Y allí el registro del saber es saber inconsciente, un saber que no comporta ningún conocimiento. Es un saber en acto, el paciente repite en lugar de recordar. El lugar del analista es hacer que se sustituya el acto por el recuerdo, porque lo que está jugado allí es del orden de la repetición de algo olvidado, una transferencia de aquello reprimido sobre algo actual. La técnica analítica se establece para hacer un trabajo con ese saber inconsciente: asociación libre por parte del analizante y atención flotante del analista, en transferencia.
El psicoanálisis produce en su ejercicio una sustitución de la posición del amado, del que se halla ubicado como objeto de amor, propia del infantil sujeto, a la posición del amante, el que desea.
Como dice Lacan, en su seminario “La transferencia”, que es justamente esta sustitución que sólo puede darse en tanto el sujeto deseante, lo es por su falta, en tanto esta dimensión de la falta es propia del desear mismo que se produce un efecto metafórico de significación llamado amor.
Todo objeto de deseo es inadecuado en tanto nunca se halla en la posibilidad de suturar esa falta constitutiva del sujeto, ya que no se trata del objeto sino de la pérdida del objeto, el reencuentro imposible con ese objeto perdido de la satisfacción. Ir al encuentro del deseo es reencontrarse con eso que hace posible el relanzamiento del deseo. Allí es donde cada vez se constituye como deseante.
El amor que se encuentra necesariamente en el camino de la cura, en tanto amor de transferencia remite al sujeto a su verdadero deseo. El mismo puede funcionar como obstáculo en tanto, se lo quiere reducir a un enamoramiento más, a una de las demás repeticiones que constituyen la vida del sujeto, se pasa por alto, lo que se halla en juego en el análisis, a saber, algo en relación a esa verdad que se hace escuchar. La verdad es sólo verdad de castración, no hay un objeto adecuado, no hay algo completo. En este sentido la transferencia es un fenómeno propio de la práctica psicoanalítica.
“Lo verdaderamente importante es que las posibilidades de desarrollo que en sí entraña el psicoanálisis no pueden ser coartadas por leyes ni reglamentos.”
El psicoanálisis es mucho más que una terapia para la neurosis, es un instrumento de producción del sujeto, cuyos alcances no pueden quedar sometidos a las limitaciones de otras disciplinas. Freud sostiene que ya que es muy difícil para el Estado ejercer la prohibición de una práctica que es sólo una conversación, la mejor opción es la de “dejarla hacer”.
La práctica psicoanalítica se haya legislada por la propia teoría psicoanalítica. Instituciones psicoanalíticas han querido arrojarse en vano el derecho exclusivo de legislar la práctica psicoanalítica en un intento por controlarla, y una y otra vez se ha demostrado que esta decisión política funcionaba en detrimento de la producción de los psicoanalistas implicados. El psicoanálisis como toda ciencia, se haya regida por la escritura. La formación teórica en tanto se trata de la transmisión de los conceptos sólo puede darse en transferencia. La condición para que pueda ejercerse la práctica psicoanalítica es que haya deseo del analista, un sujeto que en su desear, desee la función del analista. Y eso sólo se puede construir en un trabajo de análisis.
¿Pueden los médicos practicar el análisis, sólo porque, legal y equivocadamente, se lo califique como una rama de la medicina? ¿Su preparación los dispone, los pone a disposición del análisis o los in-dispone de manera concluyente?
“El destino decidirá sin duda, cual ha de ser en última instancia la relación entre psicoanálisis y medicina, pero esto no significa que nosotros no tengamos que influir sobre el destino, que no debamos darle forma por nuestros propios esfuerzos”. Vemos que con cierta ironía cansada, remarca el único destino posible para el psicoanálisis: durar a través de una transformación incesante, dejándose “destinar” por el descubrimiento analítico, por un “hecho exquisitamente colectivo” de modo eminentemente singular.
Siempre debemos situarnos a la altura de su discurso, nunca bajo la conjetura de sus “motivos”. De modo que apunta a la “ficción jurídica”, y, en la dirección de nuestro interés, al discurso médico, la singularidad de su transmisión.
Por eso el trabajo de Freud no satisface una urgencia, sino que la “urgencia” es puesta en perspectiva desde lo urgente para el campo analítico. Así lo expuesto “dogmáticamente” es la responsabilidad ante una pregunta no formulada de manera explícita: ¿qué es el psicoanálisis?
Menciona que el psicoanálisis se presenta como si “fuera un edificio doctrinal acabado”. Pero enseguida comienza a resquebrajarse, “no puedo garantizarle que su actual forma de expresión será la definitiva”.
Las señales que el texto nos brinda nos ligan con un leit-motiv de la travesía freudiana. Es aquello que, ayer, la “psicología de las facultades” y ahora las “neurociencias”, no pudieron concientizar, ni mentalizar en sus esquemas y clasificaciones abarcadoras, es decir, lo “impensable” mismo.
Ese es el sentido más fuerte del artefacto freudiano. Ello nos impulsará, breve y forzosamente, hacia otros textos que reverberan en éste, como huellas de “Más Allá del Principio del Placer” y “El Yo y el Ello”.

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