El Transformer de Lou Reed


Tras descubrir a Los Velvet Underground después de haber escuchado en reiteradas ocasiones algunos singles de Lou Reed; cuestión que, analizada en retrospectiva, hoy en día me resulta, cuando menos, extraña. A la sazón, no llegaron a mis entusiastas oídos adolescentes precisamente las tortuosas composiciones que el neoyorquino extrajo desde el fondo mismo de la tristeza en esa olvidada obra maestra llamada Berlin, pues esas canciones le escapaban casi deliberadamente a la comercialidad. Por el contrario, merced a dos temas de su disco más exitoso fue que desembarqué en el fascinante universo de quien considero, sin permitirme vacilación alguna, y más allá de sus irregularidades, uno de los compositores claves que ha dado el rock en su pródiga historia.

En 1972, David Bowie no sólo se limitó a concebir The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, sino que, como lo hizo también con Iggy Pop, reorientó la carrera de su admirado Reed –caído en desgracia luego de abandonar su grupo emblemático–, produciéndole precisamente Transformer, álbum que enderezó el curso de una trayectoria que parecía condenada al fracaso comercial sempiterno. Para ello, Bowie consideró conveniente la introducción de una serie de cambios estilísticos acentuados (el glam rock transitaba entonces su época de oro), y como era de esperar, los hechos posteriores le dieron la razón. Sin embargo, Lou incluyó en el grueso de las composiciones su acostumbrada temática relativa a los personajes más extraños y marginales de las sórdidas esquinas de una ciudad que no siempre brilla, manteniendo de ese modo parte de su sello distintivo.

Si bien la ampulosa teatralidad ínsita en la estética glam no congeniaba en lo más mínimo con su perfil, Lou Reed lograba puntos de contacto con esta vertiente del rock, gracias a cierta ambigüedad sexual presente en algunas de sus letras. Asimismo, cabe destacar la colaboración de Mick Ronson, hombre de confianza de Bowie y genial guitarrista de The Spiders from Mars, quien pese a los problemas de comunicación que tuvo durante las grabaciones con el oriundo de New York, logró establecer con él un diálogo soberbio en el plano estrictamente musical.

La canción inicial, “Vicious”, es una pequeña joya que, en algún punto, retrotrae a la crudeza propia de la Velvet Undergroud, especialmente debido a los punteos distorsionados que Ronson introduce con reiteración, al tiempo que Lou canta sobre una pareja de sadomasoquistas: Vicious, you hit me with a flower. You do it every hour. Oh baby, you’re so vicious. Vicious, you want me to hit you with a stick. But all I’ve got is a guitar pick.

Siempre he pensado que “Perfect Day” es una de las mejores baladas de la historia, equiparable con ciertas canciones de Lennon o McCartney. No adquirió verdadera popularidad sino hasta entrada la década del noventa, sobre todo al ser versionada por Duran Duran, y al aparecer en la banda sonora de la célebre película de Danny Boyle interpretada por Ewan McGregor. La letra ha sido objeto de mil y una interpretaciones, quizá a causa de su costado críptico: debajo de la faz romántica y el día perfecto, se esconde un dejo melancólico, gris y dramático. Los toques de piano, los arreglos de cuerda y la conmovedora interpretación vocal hacen el resto. En el pegadizo rocker “Hangin’ Round” se destacan los estridentes acordes y la buena vibración que la canción transmite en general.

“Walk on the Wild Side”, constituyó uno de los mayores éxitos comerciales de toda la carrera de Lou Reed. La pieza, de ritmo repetitivo y llena de coros, es un retrato del séquito de extravagantes personajes del underground neoyorquino que acompañaban a Andy Warhol en La Factoría. El sorpresivo, inesperado solo de saxo, sobre el final, fue una idea de Bowie. De “Make Up” me gustan particularmente el acompañamiento de tuba (a cargo de Herbie Flowers) y la performance vocal relajada y cool.

Así llegamos hasta “Satellite of Love”, tema que había sido grabado originariamente por la Velvet Undergound en un período de sesiones, aunque a la postre no fue incluido en ningún disco oficial. Es otra balada perfecta, dotada de una melodía exquisita, en la que se puede distinguir por momentos la voz de David Bowie, y que concluye con un crescendo vocal orgásmico (muchos han comparado ese final con el de “Drive-In Saturday”, del propio Bowie). “New York Telephone Conversation” es un simpático y breve añadido, cuya melodía recuerda a un jingle publicitario, mientras que “I’m So Free” representa, con esos curiosos coros, el costado acabadamente glam del álbum. Para la despedida queda “Goodnight Ladies”, en la que una gran combinación instrumental, con tuba y saxo incluidos, remite sin escalas a los viejos cabarets alemanes.

La reunión de grandes músicos bajo el aura protectora de un Bowie que atravesaba un período de inconmensurable lucidez, no sólo redundó en la reinvención de un outsider que se animaba a cantar sobre asuntos poco decorosos, sino que, al mismo tiempo, posibilitó la confección de un brillante y ecléctico repertorio sonoro. Es una lástima que esta adaptada versión glam de Lou no se haya extendido más allá de éste trabajo. Con todo, no deben quedar dudas respecto a que pocos discos contribuyeron tanto a fomentar el rótulo de poeta maldito e icono sombrío del rock que el transcurrir del tiempo se ha encargado de conferirle.

BRIAN Y SUS MASCOTAS



En 1964, Brian Wilson , quien siempre fue el sensible, tímido, introvertido y sordo de un oído Beach Boy, sufrió una muy publicitada “crisis nerviosa” durante una gira, la presión era demasiado fuerte, La "invasión británica" había llegado a los Estados Unidos y grupos como "The Beatles" y "The Rolling Stones" comenzaban a imponerse, y había otros grupos americanos dando la batalla también, como "The Four Seasons", además Brian en las giras sentía que estaba dejando de hacer lo que más le gustaba que era componer y producir, entonces decidió dejar de hacer giras con los Beach Boys para concentrarse en escribir y producir, dedicándole a esta labor el 100% de su tiempo.

Esa llevada crisis marcó la transformación de genio de música surf a genio pop. Brian se sentía insatisfecho con lo logrado hasta el momento, deseaba dejar de ser encasillado como compositor y miembro de un grupo apenas de música Surf. Música la cual con el tiempo se había transformado en un pegoste de melosidad casi ridícula.

El resultado fue "Pet Sounds", en ese álbum Brian empleó legiones de músicos de estudio, y utilizó los instrumentos musicales más diversos como flautas, acordeones, vibráfonos y clavicordios que no eran frecuentes en su época, también utilizó campanas de bicicleta, y hasta ladridos de perros, entre otros. y solo los vocales perfectos de los Beach Boys, de esta manera creó la pieza maestra de su carrera..Sobre "Pet Sounds" se ha dicho que es el mejor álbum en la historia de la música popular y los críticos lo citan como el mejor álbum pop jamás hecho e, increíblemente, Brian tenía apenas 24 años. Para mí catalogarlo de esa manera es demasiado. Sobretodo existiendo discos como Revólver y Blonde on Blonde.

La experiencia de Brian con el LSD, lo volvió obsesivo y casi paranoico con respecto a los Beatles y por esta razón le dedicó más tiempo a ese álbum que a ningún otro en el pasado. Resultando en un álbum apoteósico y atemporal que sigue escuchándose nuevo, ese álbum serviría (dicen) de inspiración para Lennon y McCartney en la creación de "Sgt. Pepper Lonely Heart Club Band".

La mayor parte del álbum fue escrito entre finales de diciembre de 1965 y enero de 1966, y por primera vez Brian utilizó diferentes letristas, pues hasta ese momento apenas los miembros del grupo y especialmente Mike Love eran los encargados de esa tarea,. Utilizó por única vez al letrista Toni Asher, quien hizo las letras de casi todas las canciones.

Así que cuando los Beach Boys regresaron de una gira de 3 semanas en Japón y Hawaii se encontraron con una buena parte del álbum creada, con música que era diferente a sus éxitos hasta el momento, la primera reacción del grupo fue de rechazo, pero Brian estaba tan seguro de su proyecto que finalmente los miembros del grupo cedieron.

Toda la música para "Pet Sounds" fueron grabados en un período de 4 meses, utilizando 3 diferentes estudios; Gold Star , Western Recorders y Sunset Sound, y contaron con los mejores músicos del pais, entre ellos el guitarrista de jazz Barney Kessell y el legendario baterista Hal Blaine, todas las canciones fueron co-escritas, producidas y arregladas por Brian Wilson.

Brian había desarrollado sus métodos de producción musical a través de los años, alcanzando un alto grado de perfección. El alcance musical de Brian era, en algunos aspectos, una técnica aprendida de su mentor y rival Phil Spector. Usando complejas grabadoras Ampex de 8-tracks, el método típico de Brian en Pet Sound fue grabar los tracks instrumentales de apoyo para cada canción como una actuación del grupo en vivo y grabados directamente, y aunque mucho del fino detalle en los arreglos era cubierto por las ricas armonías del grupo, el talento natural de Brian para los arreglos aseguró la interacción perfecta con los vocales.

Como Spector, Brian fue un pionero en el uso del estudio de grabación como instrumento, explotando el nuevo sonido conseguido al utilizar instrumentos eléctricos múltiples y voces y ensamblarlos con efectos de eco, frecuentemente duplicaba el sonido en las partes del bajo, guitarra y teclados, fundiéndolos con los instrumentos poco usuales como el timbre de bicicleta. La simplicidad engañosa de la música de Brian cubrió el hecho de que sus arreglos eran musicalmente más aventurados y complejos que todo lo producido en la música pop. Se ha comentado que a Brian le gustaba hacer sus álbumes en “monoestereo” por causa de su sordera parcial, pero Brian siempre ha dicho que lo hacía pues de esta manera tenía más control sobre el producto y lo escuchaba de la manera que el público lo hacía.

Seis de los sobrantes 7 tracks eran usualmente dedicados a cada una de las voces de los Beach Boys (el grupo que originalmente era de 5 miembros aumentó a 6 con la llegada de Bruce Johnston quien sustituía a Brian en los conciertos, y se convirtió a partir de 1965 en elemento permanente del grupo), el séptimo track era usualmente reservado para armonías adicionales y/o instrumentos y otros elementos "dulces".

A Mike Love se le coacreditaron "Wouldn't it be nice" y "I know there's an Answer" la canción a la que Terry Sachen inicialmente llamó de "Hang on to your Ego" y Mike Love insistió hasta el cansancio en renombrar. Los co-créditos por "Pet Sounds" llevaron a Mike Love a demandar a Brian llevándolo a reclamar los derechos de "Sea of Tunes" la compañía publicitaria creada por su “adorado” padre, Murry Wilson, y que era la administradora de las canciones del grupo, y que después del muy publicitado quiebre psicótico decidió ceder sus derechos al catálogo de 1967, pero volvió a demandar en los noventas con éxito y recuperó el derecho de su música.

Pet Sounds no es un álbum conceptual, aun que deja la sensación, como Pepper de que todas las canciones están conectadas de alguna manera. Manifestando la preocupación de Brian con respecto a la difícil transición de adolescente a adulto en los tumultuados años 60's en Norteamérica (eso dice). Estas preocupaciones fueron hábilmente captadas en las letras de Asher, y contienen muchos elementos escritos ya sea en negaciones, futuros progresivos y futuros condicionales, como se puede ver en títulos como "Wouldn't It Be Nice?", "You Still Believe In Me", "I Just Wasn't Made For These Times" y "Caroline, No". Otros detalles interesantes sobre el álbum son que en "God only Knows" es la primera vez en que se menciona la palabra "Dios" en una canción en norteamérica; y que contiene dos muy sofisticadas canciones instrumentales, "Let's Go Away For A While" y la canción que da título al álbum, "Pet Sounds" ambas canciones fueron grabados como tracks de fondo, pero cuando Brian estaba cerca de completarlo, decidió que no eran necesarios los vocales, lo que no deja de ser revolucionario en un grupo que, justamente era famoso, por sus vocales. Final del formulario

Increíblemente en Estados Unidos "Pet Sounds" no fue bien recibido y aunque entro en los "top ten" no ganó siquiera un disco de oro, a pesar que en Inglaterra fue muy aplaudido. Esto dejo aturdido a Brian, quien dedicó 6 meses a la preparación de su siguiente sencillo "Good Vibrations", a la que él se refería como una sinfonía de bolsillo, esta canción también tuvo sus problemas al inicio, pues Mike Love se quejaba de que era poco comercial y sería difícil de interpretar en sus giras, pero a pesar de los pesares la canción fue lanzada como sencillo, llevando a Carl Wilson, hermano de Brian en los vocales con el éxito que todos conocemos.

Entonces ¿Hasta dónde llega Pet Sounds y su creador? Definitivamente llegan lejísimos, pero no a la estratosfera, sitio donde lo han intentado e incluso obligado a posicionarse. La fuerza casi beatificadora con la que se ha calificado este álbum, definitivamente es mayor de la que se merece y no dudo en pensar que la expectativa de un nuevo o mejor “Pet Sounds” fue la culpable del irrecuperable quiebre psicótico que sufrió Briancito.

SEXO

El sexo es como una partida de dominó,
si no tienes una buena pareja,
más te vale tener una buena mano

ESCRITOS SOBRE LA ENVIDIA

“La envidia es una declaración de inferioridad.”

Napoleón Bonaparte



Melanie Klein plantea que la envidia está separada de la frustración, no son los elementos frustrantes del objeto materno o de la situación ambiental los que provocan el impulso envidioso. Este impulso agresivo que es la envidia proviene del sujeto, es endógeno y su finalidad es atacar los aspectos buenos del objeto.

La envidia es primaria porque ataca al primer objeto con que se vincula la mente del bebé, el pecho materno y tiene sus raíces en la pulsión de muerte, lo que la hace constitucional y no relacional. Klein consideró la envidia como una fuente básica de la agresividad, pero al creer que aquélla era de naturaleza constitucional, unidad última de análisis, no desentrañó su estructura y su dependencia del narcisismo y de las vicisitudes de éste.

Aquí tendríamos que preguntarnos ¿en qué consiste el displacer propio de la envidia? Sugiero que el displacer que se produce, proviene de que el objetivo de la envidia es lo que posee el otro y esto coloca al otro en posición de superioridad frente al sujeto envidioso. Por lo tanto, no es el objeto envidiado lo que está en juego como elemento decisivo, sino las identidades del sujeto y el otro. Lo que se compara es la valía del sujeto con la de otro y al ser objeto de comparación, lo decisivo no es lo que cada elemento es en sí mismo sino la diferencia. La envidia surge a partir de la desvalorización previa del sujeto que en su encuentro con otro, al cual supone prejuiciosamente superior, va a terminar por encontrarle el rasgo que da testimonio de esa superioridad.

Por ello en la envidia el punto de partida es la precariedad de la autoestima. Para Klein la envidia está separada de la frustración y no son los elementos frustrantes del objeto materno o de la situación ambiental los que provocan el impulso envidioso. Ella consideró que la envidia era bipersonal al envidiar lo que el otro posee. Habría que preguntarse sí en realidad no hay un tercer elemento: qué es lo imaginarizado como envidiado entre el sujeto y el otro.

Para Klein existen desde temprano experiencias de antagonismo, de carácter violento y persecutorio que pueden precipitar en los celos, los cuales tienen una doble vertiente, que puede ser la agresión o la admiración. En su referencia a los celos es clínicamente importante su observación de que los celos pueden ser una defensa en contra de la envidia y una manera de ocultarla. Hoy por hoy, es importante tener presente que la envidia pertenece al orden del querer-tener y los celos al orden de querer-retener.

La envidia posee dos facetas y ambas son específicamente humanas, en vez de ser propias de los animales en general. Una de estas puede expresarse con las palabras "Yo quiero tener lo mismo que tiene aquél"; la otra, en cambio, con las palabras "Yo no quiero que aquél tenga más que yo". La diferencia entre estas dos facetas de la envidia es por demás clara; también ambas, por lo regular, se presentan en forma conjunta e inseparable. Los animales luchan y compiten por el acceso a distintos bienes, pero lo hacen sólo bajo el influjo de la carencia de alimento o de sexo. Dos osos hambrientos pueden pelear por un pez recién capturado; sin embargo, cabe suponer que cuando un oso se sienta satisfecho ni siquiera se le ocurrirá arrebatar peces a otros osos con el único fin de que aquéllos no se sientan plenamente satisfechos y no puedan saciar su hambre. Otra cosa sucede con la gente; las necesidades humanas no tienen límites fisiológicamente definidos y vemos, sobre todo entre aquellos elegidos por el destino, que hay personas que sienten que nunca tienen nada suficiente: ni suficiente fama, ni suficiente dinero, ni suficiente éxito, ni suficiente reconocimiento. Gracias a esta capacidad para el irrestricto incremento de las necesidades, la gente podrá resultar igual de creativa que desdichada: lo más evidente es que la insatisfacción puede llegar a convertirse en una fuente de esfuerzos creativos, como también, por otro lado, a crear una sensación de invalidez.

Es verdad que cuando esta sensación de invalidez sólo sirve de acicate para redoblar esfuerzos, no tiene por qué ser asociada con la envidia e, incluso, podemos encomiarla. Sin embargo, lo cierto es que la envidia muy a menudo se hace presente también ahí.

La envidia, a pesar de ser una emoción puramente humana, no constituye un simple reflejo, como lo son el miedo y el hambre; al parecer, surge de manera natural y espontánea, tal como si actuara bajo el apremio de las circunstancias. Como emoción de un simple particular, no necesita de ninguna ideología o doctrina. Otra cosa sucede cuando se convierte en un fenómeno social, socialmente significativo. Entonces es cuando exige una justificación ideológica. En tal caso se le denomina deseo de justicia y demanda de satisfacción por los agravios recibidos. ¡Pero cuidado!: cuando así decimos, no debemos insinuar que la demanda de justicia sea siempre un disfraz ideológico que encubre a la maligna emoción de la envidia. No. Tal demanda puede tener una buena e, incluso, muy buena justificación aun cuando la sostenga la fuerza de la envidia. Podemos juzgar que en aquellas sociedades donde hubo una fuerte y visible diferenciación clasista, la gente de las clases más humildes, a pesar de que sabía distinguir las bien marcadas diferencias entre su propio sistema de vida y el de los ricos, lo acogía como parte de un orden natural, como voluntad divina o como un inalterable régimen mundial. De haber sido de otra manera, seguramente habría estado rebelándose constantemente. La historia, no obstante, muestra con toda claridad que las rebeliones de pobres contra ricos en aras de la justicia no ocurrían más que esporádicamente, en ciertas, específicas circunstancias. Sin embargo, hoy, cuando casi toda la gente del mundo se halla expuesta a ostentosas y espectaculares exhibiciones de lujo, riqueza y fama en las pantallas de televisión, resulta un tanto difícil esperar que todos los que viven en verdadera carencia consideren este hecho como un factor inherente a su condición social. En tanto, por lo que atañe al propio concepto de carencia, es algo que no es posible definir sin tener que remitirse a las situaciones psicológicas socialmente designadas, a menos que se trate de una existencia que esté por debajo de los límites fisiológicos de resistencia. Yo, por ejemplo, puedo tener suficiente comida para mí y toda mi familia, medios para comprar ropa y pagar los gastos de calefacción, sufragar por lo menos los servicios de salud elementales y la escuela para mis hijos y, a pesar de todo, no dejar de sentir una espantosa envidia respecto a otros que poseen más que yo. En términos generales, no existe forma de definir hasta dónde las pretensiones relacionadas con la envidia puedan ser legítimas y en verdad ameriten llamarse demandas justas, y hasta dónde puedan considerarse como una simple incapacidad para conformarse con el hecho de que alguien tenga bienes de cualquier especie en mayor cantidad que yo, aunque, desde luego, ese "alguien" se haya hecho merecedor de los mismos.

Los desastres provocados por las ideologías igualitarias son un tema del que nos habla mucho la ciencia histórica, en tanto que los sermones religiosos dirigidos en contra de la envidia no surten el menor efecto, sobre todo en la actualidad. Por cierto, éstos son ahora cada vez menos frecuentes, ya que la Iglesia de hoy centra su atención, principalmente, en otros pecados más fáciles de nombrar. Además, es muy probable que en la Iglesia de hoy prevalezca un clima de confusión ante el estilo de todos aquellos papas y sacerdotes de antaño que exigían expresamente que nosotros reconociéramos todas las desigualdades existentes, todas las jerarquías y divisiones clasistas como un orden divino. Y aunque va de acuerdo con la actual enseñanza de la Iglesia el estigmatizar las desigualdades insoportables y la miseria curable, el exhortar a los oprimidos y marginados por las condiciones sociales a organizarse para su autodefensa y el hacer un llamado a los privilegiados a que por lo menos no vuelvan la espalda a la indigencia, de todos modos la envidia, junto con las desgracias que provoca y las ignominias que de ella emanan, no ha dejado de ser, ni mucho menos, un tema obsoleto tanto en categorías morales como políticas. Al igual que en todas las cuestiones que hay en el mundo, también aquí nos enfrentamos con ambigüedades difíciles de descifrar.

Es claro que es imposible calcular cuánta envidia hay en la sociedad; tampoco es de esperar que las encuestas en la opinión pública, formuladas sobre este particular, puedan arrojar resultados fidedignos. No obstante, las observaciones basadas en el sano juicio tampoco son del todo inadmisibles. A algún escritor le puede dar un patatús, por no decir ataque de locura, si algún otro escritor le hace la cochinada de recibir un Premio Nobel. A este respecto existen muy diversas tradiciones. La sociedad norteamericana, surgida sin jerarquías de clases ni privilegios, donde por tanto las diferencias entre la gente son básicamente de orden cuantitativo, calculables en dinero, quizás estará menos expuesta al demonio de la envidia. En cambio en Polonia, de acuerdo con tales juiciosas percepciones, esta emoción ocupa un lugar muy aparte. Un hombre de negocios estadounidense, según la costumbre de allá, tiene que desplazarse a bordo de un costoso automóvil último modelo, que a los ojos de los demás exhibe su sana condición financiera. Por consiguiente, eso forma parte de los costos propios. En cambio, alguien que pertenece a la profesión académica puede viajar en una destartalada carcacha, y eso ni lo desprestigia ni va en detrimento de su reputación. La envidia también se presenta en alto grado en relación con la gente del mismo círculo. Si no soy actor, puedo no concebir envidia respecto a los grandes y famosos actores; en cambio, si soy un pintor poco logrado, entonces la envidia frente a otros pintores, a los que gozan de un gran éxito, puede ser muy fuerte.

Pero repito: la sola aspiración de igualar a los demás, a los que han alcanzado algún éxito, no es nociva ni destructora, siempre y cuando estimule a un mayor esfuerzo; en cambio, sí es nociva y destructora cuando a lo que aspiro es a que a nadie le vaya mejor y cuando todo mi esfuerzo se encamina a querer perjudicar a ese otro, más eficaz, con la esperanza de poderlo reducir a mi propio nivel para que, de esta manera, estemos "parejos". Es algo que vemos a diario. "Qué nadie duerma tranquilo/ mientras yo dormir no puedo" —por tan sólo citar un verso de Staff.

Ahora bien, cabe preguntar si la envidia es una emoción a la que se puede combatir. Pienso que es una tarea absurda, sobre todo si se trata de aquella envidia que ha llegado a convertirse en un movimiento social. Se puede tan sólo intentar descargarla, no importa si está o no sustentada en pretensiones legítimas, pero lo más seguro es que la envidia como tal sea indestructible. En cambio, por lo que concierne a la envidia individual, a ésta tal vez se le pueda debilitar a través de la razón o inteligencia. La inteligencia resulta aquí indispensable.

La cuestión es la siguiente: el odio —individual o colectivo, étnico o clasista— se viste con facilidad con un ropaje de ideologías que adquieren apariencias de legitimidad. ¡Pero cómo! ¡Si otros —por ejemplo, los alemanes, o los rusos, o los ucranianos, o los judíos, o los mismos polacos— nos han hecho tan terribles daños! O bien: ¡ese hombre me ha lastimado tanto! Los agravios pueden ser reales o imaginarios, descritos con exactitud o exagerados sobremanera; sin embargo, dan visos de legitimidad a los odios, en tanto que la envidia en sí, a diferencia del odio, que mana de otras fuentes, es algo vergonzoso, algo que no se debe exhibir bajo ninguna circunstancia. Mientras tanto, como ya lo he dicho, ocultar la envidia es muy difícil, y los envidiosos, cuando producen sus emociones, dejan al descubierto su pequeñez con suma eficacia, aunque, por lo regular, la ceguera no les permite percatarse de ello. Sin embargo, todo aquel que se haya dado cuenta de algo tan sencillo podrá abstenerse de manifestar envidia y, tan pronto como lo logre (insisto: la inteligencia es aquí un factor imprescindible), la emoción en sí de algún modo la irá ahogando.

La envidia no perjudica mayormente a aquel contra quien va dirigida, ya que él fácilmente podrá pasarla por alto con sólo ver que el envidioso no hace más que poner en ridículo a su propia persona. A quien le hace daño, en cambio, es al mismo envidioso, a la vez que le produce tormentos. En consecuencia, si por algo son infelices los envidiosos es por su propia culpa.

Existe envidia cuando queremos lo que tiene otro. Cuando tenemos un pronunciado complejo de inferioridad, de inseguridad y de disconformidad con nuestro ser y con todo aquello que tenemos. Lo que tenemos resulta poco. No nos hace feliz.

Somos envidiosos cuando nuestras mentes no gozan de pleno estado de salud mental y no somos felices con nuestros logros, porque nunca nos conformamos con lo que nos ha dado la vida; con el sendero que elegimos transitar o con lo que nos ha tocado ser en este mundo en el cual hemos de vivir.

Desarrollamos nuestra envidia molestando a otros, deseándoles el mal, riéndonos o regocijándonos cuando al otro le va mal en lo que hace.

Algunas personas ya nacen con la característica tan peculiar— pero ampliamente compartida por otras en este mundo— de ser envidiosas. Aunque tratemos muchas veces de ocultarlo, o de eludirlo, ya sea por vergüenza a quedar desprevenidamente descubiertos por aquellos que están en nuestro círculo familiar, de amigos, o en
el laboral, ser envidioso es algo detectable.

Sentimos envidia cuando vemos que nuestro vecino— por describirlo así, puesto que podría ser tranquilamente una Persona allegada— consigue un empleo mejor remunerado que el anterior, aquel en el que durante 10 años no logró progresar— finalmente
un día la vida le sonríe, y le regala un golpe de suerte, en recompensa por su incesante búsqueda. Y es entonces cuando, luego de un año de haber trabajado jornadas extenuantes y demandantes bajo un estresante círculo vicioso laboral, repunta en su profesión, logra comprarse una modesta casa por medio de un pequeño crédito bancario, y consigue formar una familia. Pero, como si esto fuese poco
para la envidia del envidioso, nuestro vecino, además, se desarrolla en un hermoso y sano círculo de personas de iguales características, las cuales sienten que, aunque es poco lo que tienen, Dios o el mundo, o las vueltas de esta vida le han facilitado todo y, agradecidas, han aprendido a valorar lo que con su esfuerzo y devoción han obtenido. Y es por dicha razón, que respetan sus logros y son conscientes de sus limitaciones al igual que el aquí llamado “vecino”.

Pero, como si esto fuera poco para contribuir con la perforación de la úlcera del envidioso, este vecino es solemnemente aceptado por sus semejantes, querido por sus amigos, compañeros de trabajo, pero es incisivamente y silenciosamente odiado y maldecido por el envidioso, quien siempre estará cerca para decirle: “¡Y bueno, en todo no te puede ir bien! ¡Era hora de que te equivocaras! ¡No puede ser que siempre te vaya bien cuando no te lo mereces!”. Es ahí cuando el “vecino” se dará, quizás prematuramente o tardíamente, cuenta de que, la persona que le rodeaba, no es más que un nido de víboras esperando para arremeter
contra él y alborozarse de su desdicha y, por lo tanto, decidirá tomar otro camino que lo mantenga alejado de la lengua viperina del envidioso.

En la vida, tal como si fuese una prueba necesaria por la que deben pasar los seres humanos, debemos enfrentarnos a varios tipos de envidiosos: tenemos el envidioso hipócrita, que es aquel que siempre festeja lo que hace el otro haciendo una sonrisa de oreja a oreja y soltando carcajadas cuando el otro, sin saberlo, le cuenta de sus logros, de su progreso, de sus planes mediatos e inmediatos, y de su óptima salud mental y física, y el envidioso responde haciendo gestos que, hipócritamente, provoca para mantenerse cerca de la persona.

Tenemos el envidioso copión, que es aquel que nos imita pero, sin embargo, todo le sale mal o contrario a sus expectativas.

Tenemos el envidioso engreído compulsivo, que es aquel que nunca ha logrado nada pero que miente acerca de lo que tiene, compró o adquirió para superar a la otra persona.

Tenemos el envidioso curioso, que es aquel a quien solamente le interesa saber todos los pormenores de nuestras vidas; nos pregunta acerca de cómo compramos el auto, por ejemplo, cuánto lo pagamos, de dónde sacamos el dinero, si lo robamos porque le parece imposible que hayamos podido ahorrar para invertir en algo provechoso.

Tenemos el envidioso de doble cara y de doble discurso, que es aquel que nos alaba cuando está en compañía nuestra pero que, cuando se va, y visita a otra persona, habla a nuestras espaldas, y crea todo un panorama que no se condice con la realidad de nuestras vidas pero, como si le pareciese poco, le cuenta a la otra persona que somos excremento, y en consecuencia la otra persona incorpora el mismo concepto acerca de nosotros, pero el envidioso, cuando vuelve a nuestro hogar, o al círculo donde nos movemos, nos continúa hipócritamente alabando y pone en práctica el mismo procedimiento empleado con la otra persona.

Existe por último la peor clase de envidioso, el que junta a todos los otros tipos de envidioso. En él se condesan todas las carencias del mundo y todas las inseguridades.

El envidioso es mezquino, falto de nobleza de espíritu, es pequeño, diminuto, es pobre, necesitado, falto de lo necesario; es desdichado, desgraciado e infeliz. El envidioso, el envidioso desea y destruye, pero no es capaz de ganar ni de proponer.

La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.